23 feb 2014

Alientos de convicción

Podríamos describir la inspiración como esos impulsos nervo-cerebrales, esa electricidad creada por nuestras neuronas, que comparte una oscilación con esos impulsos del alma, con los latidos del corazón.

Para bien o para mal —más común lo segundo que lo primero— esos mismos impulso eléctricos son los culpables de otro tanto cúmulo de ideas, ideas que se hilvanan en pensamientos, estos en acciones y acciones que saben matar; pues matar acaso no siempre es tomar un arma y cegar una vida, pues la muerte puede llegar en muchas y variadas: la muerte puede llegar como un asesinato de inspiración a través de la una mala oración.

Ideas que caen, pensamientos que no llegan a su destino; una inspiración muerta impunemente debido a aquellos que solo destruyen y no saben, no conocen ni aprecian, el construir con la lengua.

Y sin embargo, la idea sigue ahí cual sombra que se rehúsa a ser pisoteada por una vida que sigue siendo lo típico y que no se atreve a más.

Pero entonces, cuál deidad que se niega a la violencia, ente benevolente que aún guarda esperanza, luz transformada en palabras, en otras tantas ideas qué, quizá solas, no aparentan tener conexión con nada en particular, responden a aquella vibración que dio vida a las primeras y juntas, reivindican la pasión y la inspiración; la llama revive e ilumina el camino hacia la realización y la creación.  

El arte vive, el arte nace y se perpetúa en cuanto la inspiración vuelve a respirar, en cuanto se recibe un aliento de convicción que representa un impulso a cumplir y hacer música esa oscilación melódica y armoniosa entre la mente y el corazón.


Historia inspirada por aquella futura cineasta, ella con la que me topé disfrazada de barista en un Starbucks en lo alto de mi ciudad.
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