30 mar 2011

El valor de la confianza…


…es totalmente incalculable; permítanme me extiendo.

Uno de los regalos más importantes que puedo yo recibir de alguien es su confianza; esa capacidad de ver en vos a una persona en la cual puede confiar infinidad de cosas, desde las más banales hasta las más serias.  Es difícil comprender como exactamente se llega a ese punto —está por demás decir que cada persona tiene un punto distinto—, sin embargo sucede.


En mi caso particular —aunque sería iluso pensar que es exclusivo— esos lazos de confianza tienden a aparecer de la nada, en tan poco tiempo que no puedo explicarme exactamente el por qué o cómo sucedió.  Personas resultan contando, durante una plática que a mi parecer lleva un camino monótono, rutinario y común, ciertos detalles de su vida que de ninguna manera esperaba enterarme, no porque tuviera algo en contra de ello, sino simplemente no parecía encontrarse alguna señal de que la persona te viera de esa forma, como alguien a quien se le pueden contar ciertas cosas que no todo el mundo debe saber.


Esto anterior no me ha pasado solamente con amigos —aun si me he topado con momentos sorpresivos de confesión por parte de algunos cuantos— sino de personas que, para todas las intenciones y propósitos, no van más allá de ser conocidos, personas con las cuales no supones una relación que sobrepase los saludos cordiales y algún intercambio de palabras del tipo diplomático.

La idea detrás de esta entrada en el blog se remonta a un par de casos en particular que se me han presentado durante mi practica en donde personas, con las que he compartido a lo sumo un par de horas, ven en mi algo que los empuja a contarme cosas que, en mi opinión, no se le cuentan a cualquiera.  Esa muestra de confianza sin ataduras, sin motivos ulteriores —o eso me gusta pensar— y sin razones aparentes me hace pensar que soy una persona muy afortunada por poder contar con esa símbolo de confianza por parte de otra persona.

Esta confianza resulta ser una alegría y, dependiendo de lo que se comparta, una cruz.  La alegría consiste en saber que alguien ve algo en vos, lo que sea, lo suficientemente estable, fijo o concreto como para revelarte todo aquello que a pocos muestra; la cruz se materializa en el momento en que este algo no revelado suele ser muy profundo, impactante o fuerte.

Incontables veces me han contado cosas que me suponen algún tipo de cargo de conciencia, sea por la razón que fuere, y que al final de todo termina siendo una especie de cruz, cruz que representa una carga que estoy dispuesto a aliviar de sus hombros.  Dicho esto, y a título personal, no soy precisamente del tipo que le agrada compartir mis “cruces” con nadie —cosa que ha sido tema de reclamo, un sin número de veces, entre mis amigos más cercanos y yo—.

El propósito de esto es, aparte de expresarme, dar un saludo y agradecimiento silencioso a todos aquellos que de alguna u otra manera me han elegido como el ente para recibir esa confianza, es un honor poder formar parte de su vida, siquiera sea solamente en esta medida, pero que representa una responsabilidad para con ustedes que estoy totalmente dispuesto a continuar ejerciendo.

De todo corazón, gracias.

5 mar 2011

Hacer lo “correcto” aun cuando siento que está mal.

Algo dentro de mí me ha dicho una y otra vez por las últimas par de semanas que “¡Ese no sos vos!”, que lo que estoy haciendo no se siente bien, que no es mi típica forma de actuar; aun así, lo continúo haciendo.

Una y otra vez he dicho, aconsejado y predicado que NUNCA debe actuarse con el corazón, que nunca debe hacerse o decirse algo cuando la mente no está fría, cuando los sentimientos están a flor de piel y, para variar, esta es otra de esas ocasiones en donde no sigo mis propios consejos.

He tratado de justificar mis acciones una y otra vez, y otra vez y otra vez… tengo todos y cada uno de los argumentos para defender mi postura, lo he repasado en mi cabeza cientos... no, miles de veces pero siempre queda esa sensación de que nada de lo que haga o diga lo hace bien.

Me he dicho que se me forzó, que se me dejo sin opción, que cope todo lo que siempre supe hacer para lidiar con el problema y que, cuando todo fallo, no quede con otra alternativa, pero siempre la hay, yo se que la hay… pero, ¿es esa alternativa viable?  Es decir, las alternativas, de existir, allí están, sin embargo mi lógica —mi orgullo, tal vez— me dice que no funcionara, que simplemente pase lo que pase se cruzo un punto del cual no hay retorno fácil, o al menos un retorno por camino corto.

Esa voz interior, eso que me empuja a ser “bonachón” y “buena persona” —todo esto a mi criterio, claro está— sigue insistiendo que debí intentar arreglar el asunto, que debí probar otra vez con todo eso que intente y que, de una u otra forma, fallo.  Mi lógica me muestra datos, me muestra experiencias, me muestra relaciones, me muestra interpolaciones, que prueba una y otra vez que no tenia mas salida, que si todo esto sucedió así, fue porque las circunstancias de ambos empujaron a que se diera de esta manera, que si bien la decisión fue unilateral, el camino a ésta fue de dos partes —como bien se ha dicho, el tango es de dos— y que al final, mi decisión, era lo mejor para todos.  ¿Con que derecho puedo YO decidir que es mejor para alguien más que mi mismo? No lo sé… como nunca sabré si muchos de los detalles que arman mi marco lógico de decisión tenían alguna base en la realidad — ¿acaso algo en las relaciones humanas tiene base en una lógica realidad? —, pero creo que es el riesgo al que me atengo por esta decisión.

Toda obra tiene su resultado, toda palabra tiene su consecuencia —otra frase muy frecuente en mis consejos— ahora es cuando para compruebe por mi mismo la veracidad de esto… y si es que tengo lo necesario para soportarlo.