4 nov 2013

Castillos en las nubes

¿Qué, exactamente, nos impulsa a la ilusión?

Tengamos la audacia de presumir que la ilusión no es inherentemente mala, que lo único que determina tal calificativo es el resultado que devenga de tal ilusión —a título personal, puros malos resultados—, me pregunto yo ¿qué nos lleva a a tomar un viaje de divagación por caminos nada seguros basados más en deseos puramente personales y no en realidades concretas?.

Y es entonces en donde caigo en cuenta de que el hombre siempre ha tenido un deseo por volar; un deseo por soñar, por vivir, por respirar y experimentar todo aquello que lo rodea.  ¿Y es que acaso debemos estar atados a las realidades que nos rodean?  No, ni siquiera yo que me rehúso a dejar que ilusiones se conviertan en parte constante de mi existencia puedo negar que en ocasiones esa pequeña pizca de irracionalidad es lo que una mente necesita para poder librarse de realidades monótonas que quizá no cumplan con aquellas expectativas que por una u otra razón nuestro ser formó.

Lo importante es recordar que, al final de todo, las ilusiones son solo eso: ilusiones.  Son castillos en las nubes, tan frágiles y efímeros como los cimientos que las sostienen en su lugar.  

Creo que mi posición —y lo acepto con toda honestidad— tampoco es la correcta, pues en mi caso particular considero las ilusiones como una enorme perdida de tiempo que no ha tenido resultados satisfactorios en mi vida.  La vida debe estar complementada por ilusiones, porque en base a estos sueños y deseos de ir más allá se puede hallar la motivación suficiente para hacerlos realidad, en la medida en que estos se encuentren entre nuestras posibilidades pues, ¿quién más que nosotros dicta cuales son estos limites de nuestra propia existencia?
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