10 mar 2013

Dogma y escepticismo: cambio de paradigma a través de las redes sociales

Los seres humanos siempre hemos tenido la versatilidad para adaptarnos a nuestro alrededor —que esto sea de la mejor manera es un asunto muy distinto— tomando en consideración los contextos que nos rodean, sean estos históricos, culturales, económicos, sociales, personales o —de forma mucho más común— una combinación de todos los anteriores; debido a esta tan improbable variación de influencias, es harto común encontrar innumerable cantidad de particularidades entre una persona y otra —incluso en una sola misma, la variación puede ser substancial.

Aun considerando esto, todas las variaciones han sido sometidas a cierta restricción que hace posible la sana interacción entre individuos, constructos sociales y culturales establecidos —forjados— a través de la (en ocasiones fallida) interacción de generaciones pasadas: paradigma.

Así que no llega a sorpresa alguna descubrir que en esta variación se hallan tales polos opuestos entre personas de un, aparente, contexto similar; todo normal el ver dogmáticos y escépticos conviviendo en una misma cultura y sociedad. Este aparente sincretismo —más allá de la potencia y alcance que este pueda tener— fue posible, en parte, debido a la constricción que dio cabida a través de un paradigma base que es el fundamento de las sociedades a través de los tiempos.

El cambio de paradigma, acaso uno de ellos se esté dando de forma tan marcada, sucede en los tiempos actuales gracias al escudo de anonimato que las redes sociales proporcionan al individuo; las constricciones basadas en la responsabilidad personal detrás de las palabras y acciones —el origen detrás del establecimiento de estructuras de comportamiento aceptadas— parecen desvanecerse tan rápido como las ideas y pensamientos se mueven en este mar de individualizaciones que permean las interacciones sociales en línea en los tiempos actuales.

Es de ahí que el dogmático y el escéptico sean más proclives a enfrentarse de forma directa, bélica y —tanto muy común— poco informada sin tener mayor temor de las repercusiones que defender su (aparente) punto puede conllevar al hacerlo de una forma incorrecta. Insultos, ofensas, falacias y “verdades exageradas” —léase: mentiras— son ahora armas muy comunes entre estos aparentes “enemigos” que se forman entre personas desconocidas.

Pero este problema no se limita solamente a las repetidas ofensivas entre dogma y escéptico, debido a esta ausencia en la responsabilidad de lo personal, también incluye el otrora conocido como ‘daño colateral’ en el cual tanto uno como otro se ve involucrado al ya no solo tratar de defender su punto sino adoctrinar —cual conquistador en nueva tierra— al vox populi ignorante de la verdad suprema y única.

Y es así como veo que el paradigma establecido en cuanto a las interacciones sociales se ve fragmentado —por suerte aún no de forma crítica— debido al poder que el anonimato le provee al individuo o grupo pues, sin importar el avatar o usuario que este como frente de las acciones, las repercusiones y responsabilidades por las palabras ahora ya no tienen el mismo significado que, en su tiempo, lo tuvieron en los casos de relación personal.

Llámenme anticuado o chapado a la antigua, pero jamás dejaré de creer que las palabras no conllevan una responsabilidad para quien las emite, no importando bajo que rostro ficticio se enmascare el emisor; palabras y acciones deben tener siempre consecuencia, pues en base a este precepto tan básico es como hemos evitado la completa aniquilación —figurativa o literal— de la cultura humana.
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