2 oct 2012

El ogro en el espejo.


Hoy después de bastante tiempo, alguien me comentó que ciertas formas de reaccionar en mi “la asustan”; el que alguien que conozco y he tratado con el mayor respeto, considere que hay en mi algo que puede llegar a infundirle miedo es una situación que trajo a la memoria ciertos recuerdos y situaciones que me acompañaron en mi día a día durante los pasados 3 años.

En el colegio, con amigos, en la universidad o caminando por la calle, le gente siempre tuvo una primera impresión muy brusca de mi persona: enojado y frío.  Es tan solo cuando la gente se tomaba la molestia de conocerme encontraba el verdadero yo y, aun así, en ocasiones, la gente nunca termino de perder esa primera imagen de mi.

En años posteriores, y derivado del ambiente social donde me desarrollé, no fueron pocas las ocasiones en las que las personas me volteaban a ver con recelo, con desconfianza o con miedo; otras tantas ocasiones llegaron a cruzar de acera con tal de no toparse conmigo; aún menos ocasiones, en casos muy raros, protegían sus pertenencias al sentir mi presencia.  Al principio, como toda novedad, me pareció gracioso; con el tiempo se fue convirtiendo en un factor alienante, que genera incomodidad y que, en ocasiones, creaba un deseo de reclusión y alejamiento; el sentido de alineación que era transmitido de otros hacia mi persona; por mi propia imagen y aura se me convirtió en un paria de la sociedad.

Con el tiempo mi imagen fue cambiando, y pensé que había dejado esa situación atrás pero, para mi sorpresa, el asunto tan solo empeoró; ¿cómo tomar la expresión “y eso me asusta” cuando se refiere a actitudes mías?  Es decir, ya no es ahora solamente acerca de la imagen, sino de mi comportamiento, de lo que soy y lo que doy a conocer.  Tan solo recuerdo que antes el conocerme disipaba gran parte de la duda (sino es que toda) de que mi imagen y mi persona no tienen mayor resonancia, que no soy el ogro que parezco ser.  Pues ahora ese paradigma que había creado de mi parece ya no ser valido del todo; ahora mis acciones, la gran mayoría de ellas de índole bondadosa, no terminan de balancear esa imagen o actitud en mí que genera miedo en personas que, de una u otra forma, ya confían en mí.

Es entonces cuando una simple frase me deja pensando y contemplando como ya no es solo acerca de la imagen sino del comportamiento; donde el ogro dejó de ser la coraza y se convirtió en la esencia. O donde, quizá, el ogro que siempre fue una esencia se libero de las ataduras de esa coraza.
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