Así que finalmente llegue a mi cierre, llegue al “final” de la carrera —no soy tan ingenuo para realmente creerme eso del final, por cierto— y, como era de esperarse, entro una enorme oleada de nostalgia después de mi último parcial. ¿Qué decidí hacer con ella? Dejarme llevar.
Durante gran parte de mi vida universitaria tuve la costumbre de caminar desde el T3 hasta el S12/S10 y de regreso, en ocasiones circundando por el exterior de la universidad para extender la caminata. Esta vez no fue la excepción; salí temprano de mi examen y decidí caminar para perder el tiempo, es aquí donde me doy cuenta que sería de las últimas veces que podría hacer eso, al menos como estudiante oficial de un semestre completo, así pensé en darle un pequeño twist al asunto: ir a visitar mis antiguos salones de clases, en el S12, S10 y S11.
Mientras caminaba pensé en todas las cosas buenas y malas que me sucedieron como estudiante de la USAC; todos los enojos y alegrías, todos los sinsabores y satisfacciones, todo el ying y el yang del asunto. Pase por el S12 primero, donde mis recuerdos van más allá del ámbito académico —detalles no necesarios—, donde recibí clases, donde conocí personas, donde forjé amistades duraderas… vaya, nunca pensé que fueran a ser tantos los recuerdos que tendría de ese lugar.
A continuación visite mi edificio favorito, el S11 —para los que lo conocen, sé que no parece gran cosa, pero algo en su simplicidad y aparente soledad se me hizo tan llamativo—allí no recibí muchas clases, tres para ser exactos, pero aun así me trae suficientes recuerdos del agrado que me causo el edificio tantas veces.
Por último, visitar el S10, donde todo comenzó, donde se inició el gran trecho en el cual estoy próximo de caminar el tramo postremo. Les seré honesto, no recuerdo el salón exacto donde lleve mis primeras clases —lo busque en el sitio de ingeniería, pero no tienen los datos de tantos años atrás— y, aun así, el estar parado de nuevo allí, me hizo ver que tanto todo ha cambiado y que también todo sigue igual. Antes de retornar para irme del campus, pase comprándole un par de cajetillas de chicle a la misma señora a quien se las compre el primer día de clases, para cerrar ese círculo que marca el hito de una vida.
En mis caminos recordé tantos lugares que me traen buenos recuerdos, desde pláticas hasta regaños, pasando por peleas y confesiones… de todo un poco se vivió allí. Como dato curioso, precisamente ese mismo día vi a mi primer crush de la universidad —si necesitan saberlo, me enamoré de sus ojos— y comprobé, como a veces me parece difícil creer, que no en vano pasa el tiempo en esta tierra.
Cuando recién entre a la universidad me negaba a creer que podría tener un céntimo del atado sentimental que tuve —y aún tengo, pero en mucho menor grado— con mi colegio, pensaba que era un lugar demasiado amplio, acaso aparentemente inhumano, como para poder engancharme a éste; allí estuvo mi error, no me enganche a éste —al menos, no tanto— sino a los recuerdo que en él obtuve, a las experiencias que por él se iniciaron, a las personas que allí conocí y que significaran demasiado por el resto de mis días, aun si la situación nunca será reciproca de modo alguno.
Mi problema con el Alma Mater es que es una entidad muy mecánica, fría, descorazonada e inhumana; un gran Leviatan apostado en la parte sur de la capital. Y sin embargo, lo humano, la sangre y la vida la formamos nosotros; nosotros y los recuerdos que nacieron allí
Una mesa que representa la honestidad de una platica, una banca que representa confesiones, otra orilla que materializo los sentimientos y la verdad. Un camino, una banca, una mesa, un pasillo que me acompaño en la soledad entre miles de personas a mi alrededor; y otros tantos que representaron el lado humano y social en mi.
Esa circulación, esa vibración, ese todo; eso es nosotros y nosotros somos ello.
El cambio y lo perpetuo, el principio y el fin, el crecimiento y lo estático... El yo de ayer y el yo de hoy: porque todo cambia y todo sigue igual.
Mi problema con el Alma Mater es que es una entidad muy mecánica, fría, descorazonada e inhumana; un gran Leviatan apostado en la parte sur de la capital. Y sin embargo, lo humano, la sangre y la vida la formamos nosotros; nosotros y los recuerdos que nacieron allí
Una mesa que representa la honestidad de una platica, una banca que representa confesiones, otra orilla que materializo los sentimientos y la verdad. Un camino, una banca, una mesa, un pasillo que me acompaño en la soledad entre miles de personas a mi alrededor; y otros tantos que representaron el lado humano y social en mi.
Esa circulación, esa vibración, ese todo; eso es nosotros y nosotros somos ello.
El cambio y lo perpetuo, el principio y el fin, el crecimiento y lo estático... El yo de ayer y el yo de hoy: porque todo cambia y todo sigue igual.
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