A estas alturas del asunto es difícil saber si el deseo de fumar se deriva de la dependencia a la nicotina o al conocimiento de qué cada cigarro es una alegoría a la autodestrucción de mi mismo -me inclino por lo segundo.
Esa sensación de que cada calada es una sentencia de muerte para neuronas y capacidad respiratoria es un claro estandarte de que ese aparente masoquismo que otrora profesaba como una broma se ha vuelto una latente realidad.
Y es aquí donde se presenta una cuestión que inyecta miedo en mi, no tanto por la pregunta en sí sino porque, en el fondo no tan profundo y cada vez más aparente, la respuesta es una que ya conozco: ¿Es está acción de autodestrucción algo completamente voluntario o solamente un resultado colateral de una punitiva batalla que parece nunca dejaré de tener conmigo mismo?
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